Nuestra democracia liberal, basada en el respeto a los derechos humanos, el imperio de la ley y la economía de mercado, es sin duda el más logrado de los sistemas políticos de la historia de la humanidad. Ha permitido un progreso sin precedentes en las condiciones materiales de vida, en la libertad, en la justicia y en los derechos individuales, aunque, como cualquier obra humana, es perfectible y requiere periódicamente reformas que eviten abusos y supongan mejoras sustanciales para que el bienestar que proporciona a los que viven bajo su amparo alcance a todos sin excepción. Sin embargo, este sistema, que impera en las sociedades más avanzadas y prósperas del planeta, está siendo no sólo cuestionado, sino estigmatizado y violentamente agredido de forma sistemática y organizada. Somos conscientes de la existencia, tanto a nivel nacional como internacional, de movimientos y foros (Sao Paolo, Puebla…), así como de partidos que, bajo el pretexto de buscar soluciones a los innegables conflictos e injusticias contemporáneos, tienen como fin explícito o implícito la destrucción de la esencia misma de nuestra democracia. El único propósito de esta estrategia perversa es sustituir nuestros presupuestos éticos, nuestros valores y nuestras estructuras institucionales por otros supuestamente “alternativos” que, lejos de corregir las deficiencias que padecemos, las exacerban laminando nuestras libertades y generando nuevos problemas de dimensión superlativa. Las situaciones de injusticia o inequidad, que nadie niega, se deben afrontar favoreciendo la aplicación decidida de los principios que nos han traído hasta aquí, no alimentando el odio al sistema y el desapego a sus valores. Menos aún, deslizándonos hacia otros modelos de organización política sobradamente fracasados, tal como demuestra inapelablemente la experiencia histórica. Las libertades y la prosperidad que disfrutamos en nuestras sociedades no son el estado natural de las cosas, sino el fruto de un esforzado proceso histórico de aplicación y perfeccionamiento de los valores democráticos y del marco ético que articulan. La supervivencia de este progreso no está asegurada y requiere una labor continua de reafirmación, mejora y vigilancia. Los procesos de decadencia se producen inexorablemente si sus causas no se frenan a tiempo.

España es una nación que ha albergado durante siglos una rica diversidad cultural y lingüística integrada en la matriz común que nos identifica como españoles. La condición de vasco, catalán, gallego, valenciano, castellano o andaluz es simultánea, compatible, complementaria y mutuamente enriquecedora con la que a todos cohesiona y hermana como ciudadanos libres e iguales de la multisecular nación española. Los nacionalismos étnico-lingüísticos de separación, lejos de defender y amparar esta diversidad, la aniquilan en los territorios en los que operan, dividiendo a sus sociedades en bandos antagónicos y enfrentados. Tan nociva es la uniformidad impuesta desde un centro de rígida voluntad homogeneizadora como la dispersión centrífuga en fragmentos insolidarios laminadores de su propia pluralidad interna. Tan rechazable es la apropiación partidista de los símbolos constitucionales que representan al conjunto de los españoles como el someterlos a ultrajes o contraponerlos a banderas efímeras que evocan la división y el conflicto civil.

No se nos oculta que la situación actual en España es de una extraordinaria gravedad. En ella se entrelazan y retroalimentan diversos elementos que hacen prever un futuro oscuro para nuestra democracia: la falta de comprensión de los fundamentos éticos de los derechos individuales y del Estado de Derecho, la crisis territorial, el maremoto económico que presagia una sociedad empobrecida, la acelerada decadencia y desprestigio de las Instituciones del Estado y la subordinación al Gobierno de los medios de transmisión de la información, tanto en la forma como en el fondo del mensaje, cada vez más populista y demagógico. Todo ello está conduciendo a un grave proceso de ruptura social, de radicalización y de enfrentamiento entre españoles. A este preocupante contexto se suma el agravante de un Gobierno frágil, carente de proyecto y cuya pervivencia depende de separatistas, de filoterroristas y de comunistas-populistas, empeñados todos ellos en la demolición de la obra de la Transición con el apoyo de los aliados externos más indeseables. Ninguna nación puede sobrevivir si en su Gobierno se sientan ministros que tienen como objetivo último la destrucción del sistema democrático liberal, del derecho de propiedad y de la libertad de empresa y cuya permanencia en el poder depende de fuerzas que están empeñadas en arrebatar al pueblo la soberanía indivisible que lo define como sujeto constituyente. Esta contradicción insalvable debe ser superada como condición necesaria previa a la recuperación de la economía y de la salud institucional de nuestra nación.

Conviene también recordar que de las diez democracias más avanzadas, más socialmente desarrolladas y con mejor calidad de vida del planeta, siete son monarquías parlamentarias. La Corona es en España el símbolo de nuestra continuidad histórica y de nuestra soberanía indivisible, así como la garantía de la estabilidad institucional y un valioso instrumento de nuestra proyección y prestigio internacional. Su papel de árbitro y moderador por encima de las divisiones partidistas asegura el normal funcionamiento de la vida pública y es una eficaz defensa contra excesos demagógicos o tentaciones rupturistas. La Corona permanece independientemente de la persona que en cada momento la encarne y la Constitución prevé los mecanismos de sucesión que la protejan contra posibles comportamientos inadecuados de su titular. Su preservación, fortaleza y autoridad moral son pilares indispensables de nuestra existencia como Nación de ciudadanos libres e iguales.

La embestida conjunta del separatismo y del comunismo populista que sufre España y el conjunto de Iberoamérica, promovida por minorías políticas con fuertes apoyos internacionales, reclama un compromiso firme en defensa de las bases conceptuales y morales establecidas en nuestra Constitución de 1978, que nos unen como sociedad plural y que nos han proporcionado la paz civil, la prosperidad y el progreso que disfrutamos. Sólo desde este compromiso podremos superar el creciente estado de fractura social, de deterioro ético y de tensión política entre nuestros conciudadanos. La gran mayoría compartimos mucho más que lo que nos separa y nuestra multisecular historia común, con sus luces y sus sombras, junto a los estrechos lazos que nos hermanan con tantas otras naciones del otro lado del Atlántico, configuran una realidad nacional de una solidez y una envergadura como pocas existen en el mundo.

En este marco general de defensa de los valores esenciales de la democracia liberal, los integrantes del Foro LIBERTAD Y ALTERNATIVA (L&A), de manera transversal y en interlocución con todos los actores políticos y sociales que no aspiran a la destrucción de nuestro sistema de convivencia, sino a su preservación y mejora, nos proponemos:

  • Promover la implicación de los ciudadanos que no responden a siglas partidistas, sino sólo a la consecución del bien común, en iniciativas populares relacionadas con materias de interés general. En primer lugar, como ya se ha mencionado, superar la actual situación de estar supuestamente representados por minorías que pretenden la destrucción de nuestra democracia, contradicción flagrante que hace imposible la recuperación de la economía y el prestigio institucional de nuestra nación.
  • Fomentar el debate constructivo y el entendimiento entre las diferentes corrientes políticas que comparten los principios y valores de la democracia liberal para que alcancen acuerdos en temas de Estado.
  • Consolidar una España unida donde la soberanía, de la que emanan los derechos políticos, resida en el conjunto de los ciudadanos libres e iguales que constituyen la Nación.
  • Respetar el imperio de la ley, que incluye el cumplimiento estricto de la Constitución, la independencia del poder judicial, la neutralidad de las Instituciones y el rechazo de cualquier forma de corrupción.
  • Proteger los derechos individuales, evitando la intervención pública en el ámbito privado y la pretensión de imponer desde el Estado visiones morales que pertenecen a la conciencia personal.
  • Defender la economía de mercado, la libertad de empresa y la propiedad privada en un entorno regulatorio, fiscal y laboral que fortalezca la competitividad de nuestro sistema productivo, asegurando oportunidades para todos y con la debida atención a los sectores vulnerables de nuestra sociedad.

Una Nación sometida al ataque simultáneo de unas fuerzas que desean liquidarla como espacio común de derechos y libertades y de continuidad histórica y de otras que pugnan por reemplazar el modelo económico y social basado en la libertad de empresa, en el respeto a la propiedad privada y en los principios de la democracia liberal por el colectivismo totalitario, se encuentra en serio peligro de fracaso irreversible. Si, además, estas amenazas existenciales actúan en una etapa de profunda recesión económica con las serias consecuencias sociales que ello implica, los españoles de hoy tenemos ante nosotros una tormenta perfecta que puede arrasar con todo aquello que somos, creemos y valoramos. En estas circunstancias, que no es exagerado calificar de dramáticas, los integrantes del Foro Libertad y Alternativa (L&A) apelamos al patriotismo, la sensatez y la recta conciencia de nuestros conciudadanos, de los dirigentes políticos y de la sociedad civil en general, para recuperar entre todos el espíritu de concordia, altura de miras e inteligencia emocional que hizo posible hace cuatro décadas la Transición pacífica de un pasado que se cerraba sin rencor a un futuro que se abría con esperanza.

Las dificultades que tenemos ante nosotros son formidables, pero la acción concertada de todos los sectores de nuestra sociedad y de todas las formaciones políticas que pongan a España, su unidad, su prosperidad y su prestigio en el mundo, por encima de cualquier interés parcial o de cualquier dogmatismo ideológico, conseguirá superarlas, como hemos hecho en otros momentos cruciales de nuestra historia. Esa es ahora nuestra misión y nuestra obligación: no podemos fallar.

 

En Madrid, 22 de julio de 2020

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